Pasiones mortales: el suicidio de la bailarina Téllez Wood
En mayo de 1938 todos los mexicanos que poseían un radio sabían bien quién era Emilio Tuero. Lo habían escuchado y aplaudido. Era una estrella de la joven radio mexicana gracias a su espléndida voz. Los entendidos en el mundillo del espectáculo sabían bien que aquel joven galán había roto, hacía no mucho, con la notoria bailarina Lolita Téllez Wood, quien sentía una pasión arrolladora por ese hombre, como muchas otras mujeres. El problema es que Lolita no podía resignarse a su separación del cantante, y e intentó de las más variadas formas, persuadirlo para que regresara a su lado. Pero eso no ocurrió, y la joven bailarina entró en una espiral de desesperación que la llevó al suicidio.
Un solo tiro, no necesitó más. Un balazo rompió la paz de la noche en el barrio de Tacubaya. Ante el número 25 de la calle Carlos B. Zetina, estaba estacionado un auto verde, convertible. Hacia las dos de la mañana, la delegación de policía recibió una llamada: dentro del vehículo estaba el cadáver de una mujer joven.
La policía se tardó un par de horas en apersonarse en el sitio. Examinaron el auto. No tenía huellas de violencia, pero sí una ventanilla baja. Por ahí alcanzaron a ver el cuerpo de una muchacha, vestida con traje sastre, en el asiento del copiloto. El respaldo del asiento estaba ensangrentado. Ella tenía una herida de bala en la sien, y cerca de su mano, los policías vieron una pistola, que después se sabría, era de calibre 22.
No tardaron en enterarse del suceso las “guardias” de los periódicos. Se acercaba el alba cuando los chicos de la prensa rodeaban el convertible verde. La reconocieron de inmediato: se trataba de Lolita Téllez Wood, y eso, eso ya era nota. La escena hablaba de un suicidio; todos los indicios llevaban a esa conclusión. Pero en la lógica de las “guardias” nocturnas, a las que usualmente les tocaba enterarse de los hechos de sangre que ocurrían al amparo de la noche capitalina, la nota resultó todavía más atractiva, cuando cayeron en la cuenta de que ese auto estaba estacionado a las puertas de la casa del ex novio de la bailarina: Emilio Tuero, el famoso cantante, el llamado “Barítono de Argel”.
Estaba ahí la prensa cuando una ambulancia se llevó el cadáver de la joven bailarina, a quien algunos reporteros describirían como dueña de una delicada belleza, que la muerte no había querido arrebatarle. En el asiento ensangrentado del convertible verde, quedaron dos fotografías de Emilio Tuero, seguramente obsequiadas en los días en que él y la muerta fueron una pareja feliz. También se halló una nota, que, en una sola frase, hablaba de desesperación, de las heridas causadas por un amor fracasado: “Emilio: tú me enseñaste a amar. Yo te adoro”.