El vendaval violento de Fidel Corvera Ríos
El Buick negro, sin placas, le cerró el paso a la camioneta de la Tesorería del Departamento del Distrito Federal, que circulaba por Paseo de la Reforma, rumbo a Tacubaya. Era día de quincena, 14 de octubre de 1958, y, gente de hábitos, al fin y al cabo, el conductor y sus dos compañeros hacían su camino de siempre. Esa modorra se disipó cuando los hombres armados que bajaron del auto negro los amagaron. Con rapidez, les arrebataron la camioneta. Cuando rindieron declaración, los empleados del DDF dijeron que los asaltantes seguían las órdenes, sonoras y concretas, de un hombre alto, corpulento, fuerte, que portaba un sombrero texano de color negro y portaba en la mano una pistola.
Fue el crimen más sensacional de 1958, tanto por su violencia, como por su extraño final. En una ciudad de México donde el robo de autos era el delito más frecuente, el asalto a la camioneta que transportaba la nómina de los empleados de la dirección de Aguas y Saneamiento sorprendió a los capitalinos y a la mismísima policía: el botín era escandaloso: nada menos que un millón 600 mil 200 pesos. Naturalmente, se volvió nota de primera plana, y de paso, hizo visible a un peculiar personaje, arrojado y astuto, capaz de cometer sonados robos: respondía por Fidel Corvera Ríos, y se convirtió en uno de esos criminales legendarios en la narrativa de la nota roja capitalina. Por astuto, por contundente, por arrojado. Demostraría que confiaba mucho en sí mismo: lo suficiente como para burlarse de las autoridades.
Aquel hombre se volvería una de las presas codiciadas por la policía capitalina. Resultaría, que, a ratos, los reporteros de nota roja escribían acerca de él con un dejo de admiración, como si fuera un personaje de una historieta de aventuras. Pero ese criminal era un hombre violento, y, decidido a caminar por la ruta de la delincuencia, se encontraría a la muerte en los pasillos de una cárcel capitalina.